Senegal: el país de la amabilidad

Recorrer un país y que se quede tatuado en los recuerdos gracias a la amabilidad de su gente es el ideal de muchos viajeros y fue justamente eso lo que le pasó a Robert Kincaid quien conversó con nosotros sobre su visita a Senegal, el país que hoy recorreremos de su mano.

reka

¿Cómo se puede definir Senegal en una sola palabra, de acuerdo con tu experiencia?

Es difícil definir un país, que es algo tan complejo, con una sola palabra. Senegal es… amabilidad y amistad, es sonrisa y color. Amabilidad de sus gentes, del trato, del ritmo que impone a todo cuanto se hace. Amistad abierta, a la primera ocasión, sincera, gratuita, de corazón. Sonrisa permanente en sus gentes, a todas horas, en todas las edades. Color de sus trajes, de sus rostros, que se iluminan y parecen estar encendidos, color de sus vidas, por contraste con, por ejemplo, los europeos que somos personas grises hasta cuando caminamos.

dakar

¿Qué es lo que más te gustó?

Sin duda alguna sus gentes, su calma para todo, su forma de entender la vida, su capacidad para sonreír hasta en la más dura condición, su inocencia, su franqueza.

El paisaje de Senegal es semidesértico en el 80% de su extensión, salvo la zona al sur . Los baobab son los únicos que rompen de forma majestuosa la rutina del paisaje de matorrales, acacias y, de vez en cuando, alguna que otra plantación de mangos. El sur  nos permite meter un primer pie en el inicio de las selvas tropicales.

Nueva imagen

Quizás, el turista extranjero que viene por primera vez a este país se queda principalmente en los hoteles lujosos de la costa, para disfrutar de unas inmensas y hermosísimas playas. Cuando se vuelve a su casa, podrá decir cualquier cosa, menos que ha visto Senegal. La realidad es muy distinta. Hay que montar en sus minibuses  atestados de gente, moverse en sus taxis decrépitos, sin ventanillas y con piezas recicladas decenas de veces, hay que ir a sus mercados y moverse entre los puestos de frutas, el ganado suelto y el griterío de los vendedores; hay que tomar té verde con mucha azúcar en los puestos callejeros, visitar sus mezquitas, entrar en sus casas, convivir con las familias y hablar, hablar con todos y dejarse seducir por la conversación. Mejor con una buena cerveza “Gazela” o con unos vasos de té verde y azucarado.

Me quedo con la imagen de los niños caminando al borde de las carreteras para ir a por agua o ir a la escuela, los campesinos sacando sus ganados a primera hora de la mañana, con un sonido manso de naturaleza domesticada y una luz que se abre paso entre el polvo que levantan los animales al andar.

En sus aldeas siempre hay algún gran árbol bajo cuya sombra se sientan los viejos y los niños a charlar y ver pasar el tiempo.

Imagina que hacemos nuestro primer viaje a Senegal y nos sirves de guía, ¿qué no nos debemos perder?

Empezando por el norte, San Luis y los locales de jazz. Más abajo, Dakar, la capital con el puerto, la vieja estación de tren, la plaza de la Independencia, el mercado central (“Kermel”) y la catedral, blanca y con torres que imitan el tipo de arquitectura típica de la región: menos turístico pero más real: tomar un taxi y perderse por los barrios de la periferia y comer en algún local  nativo.

Desde los muelles salen barcos que te llevan a la Isla de Goré, la puerta de salida de los esclavos hacia el continente americano durante siglos. Visitar las mazmorras donde los almacenaban, las casas de sus guardianes, la casa del gobernador.

Cerca de Dakar, está el famoso Lago Rosa. Y las salinas de sus orillas.

El interior de Senegal son un conjunto de aldeas y pueblos sin atractivo turístico pero con un gran interés humano. Merece la pena intentar establecer comunicación con los nativos de aldeas como Pout, N´Doufan, Kaolak.

Merece la pena visitar algún manglar, por ejemplo el de Touba-Kouba.

También aprovecharía para cruzar Gambia (son apenas unos 50 km), visitar su capital Banjul (si tras la odisea de tomar el ferry que cruza de una orilla a otra aún quedan ganas de hacer turismo) y salir de nuevo a Senegal por la región de  Casamancé: el pueblo de Kafountine  es visita obligada (su playa con las barcas de pescadores y sus puestas de sol son para no perdérselas). Por cierto, allí recomiendo quedarse en el hotel Mamá María, regentado por un español que lleva muchos años en Senegal y que tiene arte y conversación para rato.

manglar y Malik

kaf

Descríbenos Senegal a través de los cinco sentidos. ¿Cómo es el país a través del tacto, la vista, el olfato, la audición, el gusto?

El olor de sus mercados y sus calles, intenso, fuerte,  cálido,…

El sabor de sus comidas sencillas pero sabrosas y con muchas especias: una base de arroz o mijo, siempre, y acompañada de verduras, pescado o carne cuando es algún día de celebración.

El tacto de las personas, su delicada piel oscura.

La vista: lo siento, no lo puedo evitar, que no se enfade nadie,  pero tanto las mujeres como los hombres son guapísimos. Nunca había visto tanta gente tan guapa toda concentrada en un mismo país.

El oído, sin la menor duda, es para la música, que los senegaleses llevan en la sangre y que ellos mismos hacen con cualquier objeto a modo de instrumento. Su ritmo invita a bailar, saltar y expresar con el cuerpo la alegría de vivir y compartir esos momentos con gente tan especial.

Me quedo también con el sonido de las olas en cualquiera de sus playas paradisíacas aun no contaminadas por el turismo de lujo y los hoteles para extranjeros ricos.

fiesta nocturna

pescadores

Dejémonos envolver por la magia, la amabilidad  y el misterio de Senegal y viajemos una y mil veces a tan maravilloso país.

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